Por: César I. Falla Figueroa*
Una de las etapas más
intensas e inolvidables de nuestros jóvenes y adolescentes, es el camino a la universidad.
Para muchos, es un episodio crítico de su vida, ya que no definen aún su
carrera profesional y sobre todo por los problemas propios de esta fase del ser
humano. Para otras una etapa de reafirmación en lo que soñaban de niños y al
llegar a ese tiempo, tener en sus manos la oportunidad de oro de hacer realidad
parte de su sueño.
Innumerables amanecidas,
preocupaciones por lo que vendrá, permanentes angustias, momentos de insomnio;
que nos hacen presos de la ansiedad y en varias ocasiones de la desesperación;
son las características del mundo al cual pertenecen los adolescentes en aquel
momento. Pero esto no existiría si cada uno de los actores que son parte del
entorno del aspirante a universitario, jugará su rol, como son: los padres, la
escuela, la academia (de ser el caso), la familia en toda su dimensión (hermanos,
tíos y abuelos) y los amigos, en lo más esencial que es el apoyo afectivo y el
acompañamiento en el lapso de su preparación.
Parece que fuera
ayer, cuando escuchaba voces inocentes que decían: “yo quiero ser ingeniero”,
“me gustaría ser abogado”, “mi papá quiere que sea médico”. “Pequeñas” expresiones
que encerraban un enorme deseo, que poco a poco va marcando (muchas veces sin
querer) nuestro futuro. Que mejor, con el importante apoyo moral, y porque no
decirlo, económico de nuestros progenitores. Dicen que la vida es un constante
desafío y una constante lucha, y al terminar nuestros estudios nos encontramos
con esta situación, que representa para quienes hemos vivido este momento, la
posibilidad de poner en valor nuestra palabra y por ende nuestra decisión y ser
capaces de tomar un rumbo que nos lleve, no precisamente a optar por una
carrera profesional, estudiarla y tener un título; sino por el hecho que nos
permita encontrar un sentido a nuestra vida y una causa preponderante para ser
felices y a través de nuestra profesión, servir a los demás.
Muchos jóvenes al
terminar la secundaria se ven en la triste y desconcertante indecisión de no
saber qué carrera elegir, puede darse el caso que tengan varias opciones y en
la duda por no saber con cual quedarse, como también se pueden encontrar en la
compleja circunstancia de no verse identificados con ninguna carrera que ofrece
la universidad y tal vez el interesado y/o sus padres, puedan visualizar todo
el horizonte y ver otras opciones muy legítimas, de carácter técnico.
Pero estas
indecisiones obedecen a la pobre o casi nula orientación vocacional que se
brinda en las instituciones educativas. Muchas escuelas del país y en especial
de nuestro departamento, carece de un departamento psicológico que se
comprometan en este sustancial tema, en el cual está en juego el futuro del
escolar y del ciudadano del mañana.
La preparación para
la universidad, de nuestro mercado educativo, en los últimos años ha sido parte
de un impactante proceso de transformación que en lo particular ha llamado
mucho mi atención. Décadas atrás la mayoría de mi generación asistía a las
academias del momento, varias de mucho prestigio, cuya enseñanza se focalizaba
en las clásicas materias (lenguaje y matemática, con sus respectivos cursos de
razonamiento) que nos hacían creer que eran las únicas llaves maestras que nos
permitían ingresar de la mejor manera a la universidad, el tiempo y los
resultados nos dice que se trata de una afirmación, que no se ajusta la verdad.
El enfoque educativo actual, nos señala que no solo se trata de dotar de
conocimientos al estudiante, sino que hay que desarrollar una labor integral,
en los campos: actitudinal (promover conductas deseables y provechosas para sí
mismo y para la sociedad) y procedimental (desarrolla su capacidad para “saber
hacer”).
La perspectiva de
hoy, es que la formación en este nivel, considere fundamentalmente otros
elementos que le permitan al joven llegar en condiciones adecuadas a este nuevo
escenario en su vida. Un claro ejemplo de ello, es la propuesta del Centro Pre
Universitario (CEPRE) de mi querida
Universidad Señor de Sipán, un modelo de desarrollo educativo que revoluciona
el concepto de enseñanza en esta categoría y que ofrece a la juventud, una
experiencia enriquecedora, no solo en lo cognitivo, sino también en lo
actitudinal que hace que el estudiante tome conciencia del papel que le toca
cumplir como universitario y la trascendencia que encarna para sus vidas,
serlo.
En esta propuesta, se
imparten asignaturas (que al tomar conocimiento de su sistema de trabajo, me
generó una grata sorpresa) como: Habilidades Personales, Trabajo Universitario,
Marketing y en lo artístico, Danzas. Cada uno con un propósito especial para
alcanzar el éxito en la vida universitaria y de esta manera recuperar el sitial
que merece un estudiante universitario, con el peso y el reconocimiento que
corresponde. Sumado a ello, encontramos programas muy importantes y
estratégicos para este fin, como: el Taller de Padres, que es un espacio donde
el padre de familia se familiariza con el centro de estudios de sus hijos (mostrándole
sus ambientes y manteniéndolo informado de su desempeño académico) y las
sesiones de orientación vocacional, significativas para definir la carrera que
seguirán los mozuelos. En este capítulo de la vida, de cada uno de postulantes
a la universidad, es necesaria la presencia de profesores o mejor dicho
orientadores y amigos, que nos estimule y nos ayude a cristalizar esta sublime
aspiración.
La adolescencia es un
periodo biológico, psicológico, sexual y social, de los más difíciles de
nuestra vida y por ende merece toda la atención del sistema educativo,
compartida, con los padres de familia. No puede, cargarse esa responsabilidad a
las entidades que preparan a los jovencitos para llegar a la universidad; sin
embargo existen esfuerzos como el arriba señalado que terminan siendo una
especie de salvavidas o de reafirmación de nuestra decisión, ya tomada en el
ciclo escolar; sostenida de manera seria, responsable y consecuente.
*Licenciado en
Ciencias de la Comunicación
www.cesarfalla.com
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