Por: César I. Falla Figueroa*
Cuando hablo de Chiclayo, es
imposible no emocionarme hasta las lágrimas y expresar mi gratitud por acogerme
como uno de sus hijos. Llega a mi
memoria aquellos íconos de la ciudad, con los cuales crecí; como su Iglesia
Catedral Santa María, mi querido Parque Principal, su monumental “Palacio
Municipal”, el “Club de la Unión”, el Hospital “Las Mercedes” donde nací, la colorida
Plazuela “Elías Aguirre”, el siempre lindo Paseo “Las Musas” sus clásicos
cines, hoy cerrados y en el olvido hasta por su propios dueños como lo fueron
“Tropical” y “Colonial”, íconos de la cultura y el divertimento chiclayano y
que tuvieron un enorme significado en mi vida. No dejando de mencionar al
Teatro “2 de Mayo”, en el cual pase hermosos momentos de mí época infantil y
que tuvo una fugaz reapertura.
Sus calles, como la siempre
bien vista Av. Balta: parte de ella considerada como el centro financiero de la
ciudad, el Jirón Elías Aguirre, las Calles Leoncio Prado, San José y Manuel
María Izaga, siempre están en un espacio preferencial; cuando me piden
describir a Chiclayo. Así como la también emblemática Av. Sáenz Peña, en la que
viví los primeros años de mi vida y que fueron silenciosos testigos de mis
alegrías y tristezas de niño, lugares que poco a poco se fueron introduciendo
en mí corazón y que hoy me siento plenamente identificado con ellas.
Chiclayo fue culpable de mis
primeras composiciones, aquellas que dejaban como tarea mis profesoras en el
desaparecido Colegio Bulnes. De mis ganas de triunfar y del propósito de
ofrecerle algo a mi ciudad. Aquel bello, aun en mí memoria, lugar del norte
peruano que hoy ha dado la retirada y confiemos que renacerá en el mañana.
No se imaginan cuanta pena y
vergüenza siento que mi querida ciudad este en un estado impresentable para sus
propios pobladores y para los turistas que nos visitan. La incompetencia, el
desgobierno y el nulo liderazgo de quien tiene la responsabilidad de conducir
los destinos de la ciudad y de sus propios funcionarios, no pueden seguir
hundiendo a este amado lugar. Hagamos todos lo que esté en nuestras manos por
ponerle coto a esta terrible situación.
¡La Tarea es de Todos! Cada
uno desde su tribuna, sumemos lo más que se pueda para la reconstrucción de esta
entrañable ciudad. La apatía, la indiferencia y el conformismo ¡no nos pueden
vencer! Desde “Expresión”, un medio de comunicación que encarna la
manifestación del pueblo chiclayano y en especial desde esta columna hago un
llamado a todas las instituciones representativas de la localidad y a sus
habitantes; a mantener inalterable su ánimo de recuperar moral y físicamente a la
reconocida Ciudad de la Amistad.
La marcha convocada por el
empresariado lambayecano, debe ser el punto de partida de una corriente
indetenible de sensibilización y de toma de conciencia frente a los
imperdonables hechos que han desdibujado el espíritu cordial y progresista de
nuestra ciudad. El amor por Chiclayo y la madurez de los nacidos en esta noble
tierra debe primar para sentarnos en una mesa, dejando atrás estériles
resentimientos que a ningún lugar nos lleva y dejando en la fotografía del
pasado cualquier rencilla, como línea de comportamiento a tener en adelante.
Hoy, en su 178 aniversario
lamentablemente no hay nada que celebrar. Pero si es un histórico tiempo para
reafirmarnos en nuestro compromiso de batallar incansablemente por su
transformación, siendo dignos herederos del legado heroico de Quiñonez en los
aires y la gesta marítima de nuestro ilustre conciudadano Elías Aguirre.
Chiclayo siempre fue un
pueblo con valores; siendo la Amistad, una de ellos por excelencia. De nuestra
solidaridad, como hermanos habitantes de un mismo lugar y que ahora nos debería
servir para unirnos en el extraordinario propósito de sacar adelante nuestra
ciudad, en busca de un posible progreso y desarrollo.
Trabajemos por la
realización de un Plan de Desarrollo Local, que emerja desde la sociedad civil;
con la participación y el apoyo decidido de los medios de comunicación. No
esperemos a que los políticos actúen, en nuestras manos está el destino de la
ciudad, las circunstancias se han presentado así, aceptémosla como tal y
asumámosla como el más hermoso desafío que nos da la vida.
Recuperemos
y revaloraremos nuestra cultura, aquella de la que debemos de sentirnos
orgullosos, rescatemos nuestras buenas costumbres de antaño; de gente educada,
amistosa y de trato familiar, seamos cada uno embajadores de nuestra riquísima
gastronomía, de nuestra maravillosa música y aquí llega a mi mente aquella
monumental canción que es una de mis predilectas “Hay un pueblo llamado
Chiclayo”, bendita creación de un genio como el compositor chiclayano José
Escajadillo Farro, que recoge lo más precioso de nuestra cálida ciudad y que se
constituye en un símbolo de fe, preciso para la hora actual.
El mensaje es uno solo ¡Salvemos
a Chiclayo!, esa debe ser nuestra consigna, como prueba inobjetable del inmenso
cariño que sentimos por el pueblo que nos vio nacer y de su gran historia, como
patrimonio que tiene que prevalecer por siempre.
*Licenciado en
Ciencias de la Comunicación
Email: cfallafigueroa@hotmail.com
www.cesarfalla.com
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